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EDÉN

Para esta historia relatar, en el tiempo nos debemos remontar.

Ocurrió hace tantas lunas, que mis recuerdos se ahogan en lagunas,

confieso que mi memoria no alberga mucha claridad,

pero por un instante, seamos víctimas de la fantasía y de la credulidad.

En un lugar que no me acuerdo,

pues reitero, no estoy cuerdo,

existía un espléndido jardín,

cuya belleza y magnitud parecía no tener fin.

Las plantas y flores crecían,

con rapidez se expandían,

imposible a todas remembrar,

pero a nosotros nos atañe únicamente un par.

Describir este pedazo de Edén,

ni los mejores poetas pueden,

girasoles que opacan al sol,

atmósfera impregnada de mentol,

gerberas y tulipanes que cubrían la tierra de color,

claveles con intenso rubor.

El viento jugaba alegre,

necesita de tiernas aves que lo integre,

un cielo pintado de tranquilidad,

los árboles coexistían en perfecta afinidad.

¡A este rincón, no le semejaba ni la mejor imaginación!

Yo hablaba de un par,

había una historia que relatar…

¡La memoria y su mala pasada!

¡Sueño con esto cada vez que me fundo con la almohada!...

¡Ya recordé querido lector!

¡Disculpe usted, no soy escritor!

Retomo el hilo, y mejor no bacilo.

Hablé de maravillas, y ni una sola es mentirilla…

Pero de todas las grandezas del campo, la mayor fue el amor lampo,

pues habrán de saber,

que en ese recóndito sitio,

yacía una rosa esplendorosa, perfecta y olorosa,

grácil y delicada, una flor afortunada,

de suave pétalo y firme palo,

ver sus tonalidades rojizas,

transformaban los demás colores en cenizas,

y un pequeño y simple diente de león,

ansiaba conquistar su corazón.

Su devoción era profunda,

amor que locura fecunda,

pasión verdadera que la sangre acelera,

pero imposible de confesar,

pues aquella rosa roja seguramente lo iba a rechazar.

Silenció su afecto, y se alejó de ella en todo aspecto,

"amor imposible" le llamaba,

¡menuda cobardía la que alimentaba!

Un periodo pasaba,

el sentimiento no lo abandonaba,

desesperado y al borde de la demencia,

se convenció de que lo importante no era su apariencia.

Con determinación buscó a la rosa,

le diría “¡te amo hermosa!”,

sin embargo, ningún Edén de una serpiente se libra,

el mal al bien equilibra,

le esperaba un trago amargo, consecuencia de su letargo,

pues la razón de su vida, en compañía de otro se yacía,

se observaban con fervor, se fusionaban con hervor…

El frágil diente de león huyó de aquel momento,

era víctima de un incontrolable sufrimiento,

el corazón le pesaba, algo a que aferrarse buscaba,

sus pétalos caían, su actuar arrepentimiento traía,

pronto llego al acantilado,

todo había acabado,

un viento diferente se hizo presente,

agresivo y fuerte,

sus estambres decoraron el cielo,

ya no había celo,

se dejó llevar por la muerte, aceptó su suerte.

La brisa llevaba su confesión:

Ellos eran rosas y él… sólo un diente de león.





Escribe, el ave en pijama.

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